Ordinario no significa de poca importancia, anodino, insulso, incoloro. Sencillamente, con este nombre se le quiere distinguir de los “tiempos fuertes”, que son el ciclo de Pascua y el de Navidad con su preparación y su prolongación.
El Tiempo Ordinario tiene su gracia particular que hay que pedir a Dios y buscarla con toda la ilusión de nuestra vida: así como en este Tiempo Ordinario vemos a un Cristo ya maduro, responsable ante la misión que le encomendó su Padre, le vemos crecer en edad, sabiduría y gracia delante de Dios su Padre y de los hombres, le vemos ir y venir, desvivirse por cumplir la Voluntad de su Padre, brindarse a los hombres…así también nosotros en el Tiempo Ordinario debemos buscar crecer y madurar nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor, y sobre todo, cumplir con gozo la Voluntad Santísima de Dios. Esta es la gracia que debemos buscar e implorar de Dios durante estas 33 semanas del Tiempo Ordinario.
Crecer. Crecer. Crecer. El que no crece, se estanca, se enferma y muere. Debemos crecer en nuestras tareas ordinarias: matrimonio, en la vida espiritual, en la vida profesional, en el trabajo, en el estudio, en las relaciones humanas. Debemos crecer también en medio de nuestros sufrimientos, éxitos, fracasos.
¡Cuántas virtudes podemos ejercitar en todo esto! El Tiempo Ordinario se convierte así en un gimnasio auténtico para encontrar a Dios en los acontecimientos diarios, ejercitarnos en virtudes, crecer en santidad…y todo se convierte en tiempo de salvación, en tiempo de gracia de Dios. ¡Todo es gracia para quien está atento y tiene fe y amor!
El espíritu del Tiempo Ordinario queda bien descrito en el prefacio VI dominical de la misa: “En ti vivimos, nos movemos y existimos; y todavía peregrinos en este mundo, no sólo experimentamos las pruebas cotidianas de tu amor, sino que poseemos ya en prenda la vida futura, pues esperamos gozar de la Pascua eterna, porque tenemos las primicias del Espíritu por el que resucitaste a Jesús de entre los muertos”.
Este Tiempo Ordinario se divide como en dos “tandas”. Una primera, desde después de la Epifanía y el bautismo del Señor hasta el comienzo de la Cuaresma. Y la segunda, desde después de Pentecostés hasta el Adviento. Los invito a aprovechar este Tiempo Ordinario con gran fervor, con esperanza, creciendo en las virtudes teologales. Es tiempo de gracia y salvación.
Encontraremos a Dios en cada rincón de nuestro día. Basta tener ojos de fe para descubrirlo, no vivir miopes y encerrados en nuestro egoísmo y problemas. Dios va a pasar por nuestro camino. Y durante este tiempo miremos a ese Cristo apóstol, que desde temprano ora a su Padre, y después durante el día se desvive llevando la salvación a todos, terminando el día rendido a los pies de su Padre, que le consuela y le llena de su infinito amor, de ese amor que al día siguiente nos comunicará a raudales. Si no nos entusiasmamos con el Cristo apóstol, lleno de fuerza, de amor y vigor…¿con quién nos entusiasmaremos?
Distinción del tiempo ordinario.
El color de los ornamentos es el verde. Simboliza la esperanza, y se utiliza después de Navidad hasta Cuaresma, y después de la Pascua hasta el Adviento.
La sucesión de los domingos y de las semanas, antes de que fueran surgiendo los varios ciclos de la Pascua o la Navidad. Y además ocupa la mayor parte del año: 33 o 34 semanas, de las 52.
La celebración de la Eucaristía.
No hay formularios especiales en el Misal romano para la celebración cotidiana de la Eucaristía en el tiempo ordinario como tal. Pero también aquí, en el gozoso espacio del cotidiano, se pueden celebrar las misas de los formularios dominicales del tiempo ordinario, la rica serie de misas para diversas categorías e intenciones que están en el Misal Romano y las misas votivas del mismo Misal.
Una «geografía» del Misal romano que todo celebrante tiene que conocer y que ofrece la gran riqueza de formularios que pueden salir al encuentro de todas las necesidades de la oración para evangelizar la vida cotidiana y para encontrar las fórmulas apropiadas de la oración por la Iglesia y por sus fieles y ministros, por su misión evangelizadora y ecuménica, por la sociedad civil y todas sus necesidades. Es como si la Iglesia nos proveyese de todo lo necesario, el maná cotidiano, para poder «celebrar» los acontecimientos de la historia al hilo y al ritmo de los días.
Muchas de estas celebraciones están impregnadas de la letra y del espíritu de los documentos del Concilio Vaticano II. Dependerá de la sensibilidad del celebrante y de la participación de la asamblea y de las circunstancias concretas de la vida de la comunidad, la capacidad de celebrar esos formularios en el ámbito de la Eucaristía cotidiana.
Compilado por el padre Diego Yael Velasco
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