En un mundo lleno de reglamentos como el nuestro, podría parecer lógico que existieran también normativas precisas en cuanto a la relación con Dios, y más concretamente en la oración.
Sin embargo, esto no es así. Aunque existen tradiciones, costumbres y ciertas formas consideradas adecuadas, no se trata de reglas estrictas ni universales. No hay una postura fija para rezar, ya sea el Padrenuestro u otra oración; es posible, por ejemplo, orar con los brazos extendidos si así se desea.
¿Tiene algún significado esta postura de los brazos extendidos con las palmas hacia arriba? La respuesta es afirmativa, y se podría decir que su sentido trasciende lo cristiano, remontándose a tiempos anteriores al cristianismo. Es una postura que simboliza súplica, un gesto profundamente humano y universal.
El contexto cambia, sin embargo, cuando la oración se realiza en el ámbito litúrgico, especialmente por parte del sacerdote. En este caso, las posturas están claramente indicadas, y la que mencionamos tiene un significado especial. Aunque sigue siendo un gesto de súplica, adquiere un matiz sacerdotal: el sacerdote actúa como intercesor del pueblo, dirigiéndose a Dios en su nombre. Por ejemplo, en la Misa, la oración colecta –que precede a las lecturas– toma su nombre del hecho de que el sacerdote "recolecta" las peticiones de los fieles y las eleva a Dios Padre. Las rúbricas litúrgicas indican que el sacerdote debe adoptar esta postura en esos momentos, lo cual también se aplica al rezo del Padrenuestro durante la Misa.
En algunos lugares, se ha extendido la costumbre de que los fieles acompañen al sacerdote en este gesto, aunque dicha práctica no es parte del rito romano tradicional, aunque sí se encuentra en otros ritos, como el ambrosiano o el maronita, y ha sido autorizada para ciertos grupos, como el Camino Neocatecumenal. Personalmente, sin restarle importancia, considero que esta práctica, aunque bien intencionada, es un error. Si bien el sacerdote y el pueblo rezan juntos, el sacerdote añade un matiz sacerdotal que lo distingue, ya que, además de orar, presenta la oración de toda la asamblea a Dios. Este gesto resalta su función y se pierde su significado cuando se convierte en algo común a todos.
La Instrucción General del Misal Romano, en su número 152, establece: "Terminada la Plegaria Eucarística, el sacerdote, con las manos juntas, pronuncia la monición antes de la Oración del Señor; luego, con las manos extendidas, recita la Oración del Señor junto con el pueblo". Algunos han argumentado que, si sólo el sacerdote que preside puede extender las manos, los sacerdotes concelebrantes no deberían hacerlo; sin embargo, la misma Instrucción aclara que los concelebrantes también pueden extender las manos, mientras que los diáconos, aunque sean clérigos, no deben hacerlo. En el número 237, se señala: "El celebrante principal, con las manos juntas, pronuncia la monición antes de la Oración del Señor, y luego, con las manos extendidas, junto con los concelebrantes, quienes también extienden las manos, y con el pueblo, recita la Oración del Señor".
Si una Conferencia Episcopal considera necesario que los fieles extiendan las manos durante la oración, puede solicitar la autorización de la Santa Sede. Mientras esto no ocurra, y no se otorgue dicha autorización, no hay ninguna norma que estipule esta postura para los fieles. Según el número 390 de la Instrucción General del Misal Romano: "Corresponde a las Conferencias Episcopales definir las adaptaciones que se indiquen en esta Instrucción General y en el Ordinario de la Misa, e introducirlas en el Misal una vez aprobadas por la Sede Apostólica".
Fuentes: IGMR, aleteia, Catholic.net
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