Por: Pbro. Pascual Lara Álvarez
El tiempo cuaresmal prepara a los fieles, entregados más intensamente a oír la Palabra de Dios y a la oración, para que celebren el Misterio Pascual, sobre todo mediante el recuerdo o la preparación del Bautismo y la Penitencia (cfr. SC n. 109). La cuaresma transcurre a partir del Miércoles de Ceniza hasta la Misa “In Cena Domini” del Jueves Santo excluida. De esta manera, el tiempo cuaresmal se diferencia del Triduo Pascual.
La cuaresma no sólo se considera una preparación para la Pascua sino una verdadera iniciación sacramental, es decir, es un camino de fe que se basa en escuchar la Palabra de Dios y sus signos sacramentales realizados en la asamblea litúrgica, y que se expresa mediante etapas (o grados) de penetración y profundización progresiva del misterio celebrado. El Triduo Pascual y todo el Tiempo de Pascua tienen un carácter finamente sacramental con culmen en la Eucaristía; asimismo, la Cuaresma posee un carácter exquisitamente sacramental cuyo fin no es sólo la Eucaristía pascual sino también las promesas bautismales renovadas en la Vigilia Pascual.
La exhortación que precede la renovación de las promesas del Bautismo en la Vigilia Pascual nos recuerda que: “… por medio del Bautismo, hemos sido hechos partícipes del Misterio Pascual de Cristo; es decir, por medio del Bautismo hemos sido sepultados con Él en su muerte para resucitar con Él a una vida nueva. Por eso, al terminar el tiempo de preparación de la Cuaresma, es muy conveniente que renovemos las promesas de nuestro Bautismo…”. Por lo tanto, el camino cuaresmal converge en la celebración de la Pascua.
La cuaresma tiene tres dimensiones fundamentales: una primera dimensión de introducción general al Misterio Pascual; una segunda dimensión sacramental-bautismal; una tercera dimensión de tensión ética y de conversión; finalmente, la dimensión cristológica pascual que da fundamento a las tres dimensiones. En resumen, el Tiempo cuaresmal posee un marcado carácter cristocéntrico. El Leccionario de las Misas dominicales de Cuaresma nos guía en la profundización de estas temáticas. En los tres ciclos de lectura (A, B, C), los fragmentos evangélicos de los primeros dos domingos presentan los episodios de la tentación de Jesús en el desierto y la transfiguración en la montaña. En los otros tres domingos el Leccionario ofrece tres itinerarios diferentes y asimismo complementarios, que nos conducen a la celebración de la Pascua; las lecturas de cada domingo están en armonía temática entre sí. La perícopa evangélica en que nos enfocamos se lee, por lo tanto, en el contexto de las otras dos lecturas.
- La Cuaresma es introducción al Misterio Pascual de muerte y resurrección. El prefacio del domingo II se expresa en estos términos: “Cristo nuestro Señor, después de anunciar su muerte a los discípulos, les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria, para testimoniar, de acuerdo con la ley y los profetas, que la pasión es el camino de la resurrección”. Los Padres de la Iglesia enfatizan esta doble dimensión del Misterio Pascual cuyo principal protagonista es ante todo Cristo para nuestra salvación. Así, por ejemplo, san León Magno afirma: “Al morir, en efecto, se sometió al poder del país de los muertos, pero lo destruyó con su resurrección; sucumbiendo al peso de la muerte que no hacía excepción, la convirtió de eterna en temporal. Porque lo mismo que en Adán todos mueren, en Cristo todos serán llamados de nuevo a la vida (1Cor 15, 22)” (Oficio de lectura del martes V).
- La Cuaresma es itinerario sacramental-bautismal. El ciclo A nos introduce en la realidad mistérica de nuestra iniciación cristiana. La samaritana (Jn 4, 5-42), Jesús “agua viva”; la curación del ciego de nacimiento (Jn 9, 1-41), Jesús “luz del mundo”; la resurrección de Lázaro (Jn 11, 1-45), Jesús “resurrección y vida”. En estos episodios está presente la revelación de Jesús mismo al hombre y se prefigura la realidad bautismal. Los formularios de la Misa prevén prefacios específicos, que asumen el tema de la perícopa evangélica del día: en el tercer y cuarto domingo se refieren al don de la fe bautismal; por el contrario, en el domingo V se recuerda que, con sus sacramentos, el Señor, “nos hace pasar de la muerte a la vida”.
- La cuaresma es un itinerario cristocéntrico-pascual. El ciclo B dirige nuestro interés hacia la Pascua de Jesús. En los relatos evangélicos podemos contemplar el Misterio Pascual anticipado: Jesús es templo vivo en su encarnación, destruido por los hombres en la pasión, reconstruido para siempre por el Padre en la resurrección (Jn 2, 13-25); Cristo en su exaltación dolorosa y gloriosa es cumplimiento de la tipología de la serpiente que levantó Moisés en el desierto (Jn 3, 14-21); Jesús es el grano de trigo sepultado en la tierra que da una sobreabundante cosecha de vida eterna (Jn 12, 20-33).
- La cuaresma es un itinerario penitencial. El ciclo C se configura como catequesis sobre la reconciliación; tema que encuentra su vértice en la celebración de la Pascua, signo supremo de nuestra reconciliación con el Padre. En los domingos se proclaman textos evangélicos que exaltan la misericordia de Dios: la parábola de la higuera sin higos (Lc 13, 1-9); la parábola del Padre misericordioso (Lc 15, 1-3.11-32); el episodio de la adúltera perdonada (Jn 8, 1-11).
Se trata de tres itinerarios complementarios, que permiten recorrer a través de las páginas del Antiguo y del Nuevo Testamento las grandes etapas de la historia de la salvación a través de las cual Dios llama al hombre a la fe, a la alianza, a la vida y le entrega su Espíritu. En estos itinerarios, Bautismo y penitencia aparecen como las dos constantes sobre las que gira todo el camino cuaresmal con miras a la plena reconciliación del hombre con Dios.
El tiempo de Cuaresma: Parénesis
Tarea importante de la parénesis cuaresmal es introducir a los creyentes al ejercicio consciente y fructífero de las prácticas cuaresmales tradicionales, para que lleguen “bien dispuestos a las festividades pascuales” (colecta del jueves IV). Las prácticas cuaresmales son coherentes y tienen pleno sentido si surgen de un profundo conocimiento/experiencia del Misterio Pascual de Cristo, como nos lo recuerda la colecta del domingo I: “Concédenos, Dios todopoderoso, que, por las prácticas anuales del sacramento cuaresmal, progresemos en el conocimiento de Cristo, y traduzcamos su efecto en una conducta irreprochable”.
Por otra parte, si es verdad que la vida nueva en Cristo es un don que se recibe en el sacramento, también es verdad que esta vida nueva que viene con el Bautismo no es un hecho automático; por el contrario, es algo que debe construirse día a día con esfuerzo y espíritu de fidelidad: “Pues, si bien lo que nos hace hombres nuevos es principalmente el baño de regeneración (…), es necesario un esfuerzo por parte de todos para que el día de nuestra redención nos halle a todos renovados” (San León Magno, Oficio de lectura del jueves después de ceniza). Por lo tanto, la penitencia cuaresmal tiene un doble fundamento: cristológico y sacramental. En consecuencia, la parénesis cuaresmal debe surgir de la conciencia/experiencia de los tres itinerarios mencionados.
- La cuaresma es tiempo de lucha contra el mal y el pecado. Al principio de la Cuaresma, la colecta del miércoles, presenta al Tiempo cuaresmal como un camino de conversión que estamos llamados a afrontar los cristianos con “nuestros actos de penitencia (que nos ayudarán) a vencer el espíritu del mal”. El prototipo de esta batalla es Cristo mismo que resiste las acechanzas del tentador en el desierto (evangelio del domingo I). La cuaresma es tiempo de conversión, la cual es una decisión que conlleva un cambio radical en la manera de pensar y vivir, es decir, se trata de un modo de pensar y vivir según el Evangelio: “conviértete y cree en el Evangelio” (Mc 1, 15).
- La cuaresma es tiempo de ayuno, limosna y oración. El ayuno cuaresmal se observa “no sólo con la frugalidad del alimento, sino sobre todo con abstenerse del pecado” (San León Magno). “Lo que pide la oración lo alcanza el ayuno y lo recibe la misericordia (limosna)” (San Pedro Crisólogo). La eucología del Misal Romano retoma con frecuencia las prácticas cuaresmales: el prefacio IV de Cuaresma describe los frutos del ayuno; el III, exalta la victoria del egoísmo que se expresa en la práctica de la limosna; el I, habla de la asiduidad “a la oración y a las obras de caridad”. La colecta del III domingo, comienza con estas palabras: “Señor Dios, fuente de misericordia y de toda bondad, que enseñaste que el remedio contra el pecado está en el ayuno, la oración y la limosna…”.
- La cuaresma es tiempo de escuchar la Palabra de Dios. El camino cuaresmal es un camino de fe, que no puede hacerse sin referirse a la Palabra de Dios. Los dos primeros domingos enseñan directamente a escuchar la Palabra. En el desierto, Jesús vence las seducciones del tentador con la Palabra de Dios y señala la Palabra que sale de la boca de Dios como alimento. El domingo de la Transfiguración se escucha la voz del Padre que revela su Palabra: “Escúchenlo”. Así, las prácticas cuaresmales se acompañan de la escucha asidua de la Palabra de Dios, como lo expresa la colecta del miércoles III: “Concédenos, Señor, que, ejercitados por las prácticas cuaresmales y alimentados por tu palabra, con santa templanza nos mantengamos de todo corazón entregados a ti y estemos siempre unidos, perseverando en la oración”. La cuaresma es una continua simbiosis de escuchar la Palabra en la fe y celebrar el Sacramento.
Fuente: Matías AUGÉ, A través del Año litúrgico. Cristo mismo, presente en su Iglesia, Buena Prensa, México 2010, pp. 246-259
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